domingo, 26 de septiembre de 2010

LOOP 3: Un ritual contemporáneo

Como si se estuviese en una fiesta Dionisiaca contemporánea, “Loop 3” nos adentra en la esencia del ritual griego. Lo que vemos no pretende profundizar en una historia o un sentido coherente a diferencia de otras piezas “de danza” de creadores chilenos; a ésta la podríamos definir como un concreto trabajo del cuerpo. No pretende ser danza-teatro ni algo por el estilo -de hecho el sentido de interpretación es sólo corporal- y seguramente ahí está presente el referente internacional de su director, José Luis Vidal. Donde la fisicalidad, aparece como principal motor de esta pieza al igual que el tiempo presente que confirma esta idea de tener frente nosotros un ritual contemporáneo.

“Loop 3” se enmarca como símbolo de discusión de los recursos y del principio estético desde el cuerpo y la esencia de los antiguos rituales griegos, sin tener ningún elemento, propiamente, helénico. De hecho, el montaje se autodefine desde su creación como el pase de referentes de pinturas renacentistas al trabajo de la fotografía contemporánea y esto se hace evidente: Desde que se entra a la sala podemos ver la particularidad de los cuerpos y sus movimientos. La idea de lo renacentista, el vestuario y la iluminación nos presenta de forma contemporánea un momento de la historia. Luego de esto, se arma un viaje que se desprende de esta época, mutando estos mismos recursos clásicos, para pasar a una idea mucho más actual y presente.


Pero toda esta particularidad es posible analizarla bajo el concepto de la antes mencionada fisicalidad, donde podemos ver una fuerte intensidad y profundidad del movimiento de cada bailarín, que permite corroborar que el cuerpo no tiene fronteras ni límites. Y esto es posible vislumbrarlo en la concentración, la disciplina y el esfuerzo que se hace latente en el montaje. Todo esto de forma ligada, no en poses, sino al contrario, desde la hondonada del movimiento que se presenta de forma directa, limpia y fluida. Es tan potente esta dinámica, que pareciera ser que los movimientos no tienen ni un principio ni un fin. De hecho, al entrar a la sala, los bailarines ya están en movimiento; a la mitad, aunque hay pausas, lo que tenemos no es el final de algo ni el comienzo de otra cosa, sino fotos respiradas y vivas que son parte de lo ligado de la pieza y en el desenlace tenemos algo así como “un final inconcluso”, confirmando esta idea de que la forma jamás se rompe y sumando, además, la concepción original del concepto “loop” que se centra en la reiterada repetición de una secuencia.


Es evidente que en este montaje el movimiento se crea por necesidad, pero también salen a relucir otros elementos: el trabajo de la respiración, por ejemplo, es uno de los recursos más potentes de esta pieza, en un comienzo no se hace muy evidente el uso de esta, aunque luego parece ser forzado. Pero cuando hemos presenciado el montaje en su totalidad, este recurso, de la forma en que se presenta, nos lleva a referentes que confirman la idea antes mencionada de “fiesta dionisiaca”, esto porque la respiración a ratos ayuda a armar imágenes que bajo la presión y el trabajo corporal, nos hace imaginar momentos orgiásticos que suman a esta interpretación que estamos postulando. Además, la respiración se constituye como un elemento más de unidad en la composición y sirve como hilo conductor entre los intérpretes; conectándolos y cohesionándolos entre sí y para con la audiencia. 


El trabajo de los tiempos es otro recurso relevante dentro del montaje. Los intérpretes juegan periódicamente con la repetición y un tiempo que en un comienzo se postula denso y “eterno”. De hecho, ese momento en particular nos lleva a una contradicción entre la idea clásica de los ritmos de la danza, versus los tiempos de la performance, pero lo bueno es que, en su totalidad, el montaje postula una perspectiva particular del director y gracias a eso, pareciera que se estuviese en un limbo entre estas dos manifestaciones -pensamiento contemporáneo-, y dan ganas de querer pedirle más a la pieza, porque esos tiempos que se juegan, y que parecen no posibles en relación a las miradas típicas que se tienen de la danza, ocurren bajo una perspectiva de la definición de hibridez que confirma la idea del ritual pero también nos invita a debatir y analizar los recursos bajo nuevos paradigmas, mucho más contemporáneos. Y aunque parezca lejano, pero no lo es, porque como ya dijimos estamos mirando desde una perspectiva híbrida, he aquí, una “experiencia dionisíaca posmoderna” donde la danza que se ve, resulta amnésica a todo lo externo a la sala, y más bien es el presente latente, de la deconstrucción de nuevas formas.


“Loop 3” es un momento de pulsaciones, donde los cuerpos deben acoplarse a un espacio reducido y bajo el vértigo de un tiempo y un estado. Es interesante ver cómo, en la rapidez por ejemplo, los cuerpos tienen la obligación de ir a la par, al tempo y la necesidad del momento. Probablemente es lo que hace más interesante a la pieza, un momento de vértigo y de liminalidad, donde gracias a cientos de recursos muy bien elegidos por su director, hacen que la duración del montaje, no sea vista como una obra de danza, sino como un “instante ritualístico”, de donde todos podemos ser parte. No hay que asombrarse si a alguien del público le dan ganas de sumarse a los intérpretes y ponerse a danzar. Si es así, José Luis Vidal debería sentirse pleno de que su obra es una instancia de vivencias para todos los que están en la sala, no una simple pieza de arte vista como en una vitrina, porque al igual que el ritual griego, estamos recuperando la esencia de un momento lleno de manifestaciones y sin jerarquías de una sociedad.



Loop 3

Director: José Luis Vidal / Elenco: Gonzalo Beltrán, Emilio Edwards, Ana José Manríquez, Paula Sacur, Francisca Sazié, Javiera Peón-Veiga, Loreto Leonvendagar, José Luis Inostroza, Andrew Hardwidge / 
Música: Álex Anwandter.

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